Adolescencia es una etapa temporal de sanación entre padres e hijos

(Para mis padres Víctor y Victoria)
Por: Esp. Víctor Manuel Baltazar Cruz
Son diversos los prejuicios que circulan en torno a la adolescencia, que lejos de ayudar complican el proceso relacional entre padres e hijos. Se dice que es la “edad de la punzada”, o hay también quienes a modo adivinatorio sostienen pretendiendo “consolar” “no te preocupes va a pasar”, o de manera ingeniosa frasean “los adolescentes están en la edad del chocolate porque todo les choca y nada les late” y la más desafortunada de estas perlas “Huyyy ya tienes un hijo aborrecente tan lindo que era”. En estos casos la adolescencia es sugerida como una enfermedad que se curará con el pasar y el pesar de los años. Estos prejuicios son criterios que lo único que hacen es reflejar el profundo desconocimiento de esta fundamental etapa del desarrollo humano.
Por supuesto que esta no es una etapa fácil, a veces más a veces menos complicada, y usualmente los padres no comprenden del todo lo delicado, complejo y enriquecedor de este proceso, y frecuentemente también carecen de las herramientas suficientes para afrontarla y saber acompañar a sus hijos afectiva y efectivamente en su travesía que concluirá en el mejor de los casos, no sólo en su adultez biológica, también en su adultez emocional, con miras a lograrse en un individuo autónomo, además de identificar en el mejor de los casos su lugar en el mundo o sus rutas básicas de vida. Menuda tarea.
Por qué sostengo que la adolescencia es una etapa temporal, que puede derivar en sanar la relación entre padres e hijos, la respuesta es porque en efecto es pasajera y comprende desde el inicio de la pubertad hasta la maduración cerebral de la corteza prefrontal, área del cerebro que por cierto se encarga de funciones ejecutivas, juicios éticos, generar visión temporal de largo plazo y procesar experiencias para advertir consecuencias futuras, y ocurre de acuerdo a los neurocientíficos alrededor de los 24 años; y también porque en esta etapa se ventilan conflictos no resueltos de los padres en sus respectivas adolescencias cursadas, y por su parte en los hijos se reabren conflictos psicológicos de la primera etapa de su infancia.
En esta etapa es frecuente que los padres repitan patrones aprendidos de sus padres, o se vayan al otro extremo, por ejemplo siendo muy permisivos si es que tuvieron padres restrictivos, o bien que actúen impulsivamente castigando irracionalmente a sus hijos en lugar de practicar consecuencias reparadoras desde su posición de adultos, si es que los padres vienen de historias de violencia en sus familias de origen, por citar ejemplos sencillos para esta argumentación. Los padres son estratégicos cuando aprovechan los espejos que representan sus hijos para ver dentro de sí, y sanar en la relación con ellos los conflictos no reparados con sus sistemas de origen y generar pautas de relación familiar más sanas y funcionales.
Abundemos al respecto. La adolescencia que como hemos visto despega con la pubertad, la hija o el hijo deja de ser un niño o niña para emerger en un ser incierto, esto le genera incertidumbre y no pocas veces angustia, a esto se suma el que sus padres se vuelven en seres predecibles, dejándolos de idealizar y volviéndose terrenales ante sus ojos, al emerger sus contradicciones no apreciables conscientemente durante el curso de la infancia. Los padres por su parte ven surgir un ser incierto y desconocido, a veces impulsivo e irascible, para ellos, suele suceder que sus hijos dejaron de ser los seres graciosos e inocentes, y peor aún prefieren estar con sus amigos más que con la familia, situación esta última vivida por los padres como rechazo hacia ellos reabriendo no pocas veces heridas del pasado asociadas a experiencias parecidas no resueltas, generando en ambos frecuentemente desencuentros. Es aquí donde es importante que los padres conozcan el proceso adolescente, identificando las áreas por sanar en sus historias de origen, por ello la pertinencia de que adquieran herramientas para acompañar a sus hijos y también, de suma importancia, para mirar consciencia adentro mediante la reflexión introspectiva. En este sentido la temporalidad de la adolescencia se vuelve en una ventana de oportunidades para sanar los padres con sus padres, los padres consigo mismos y los padres con sus hijos. Nacimos para ser felices, ello dependerá en mucho de lo que sanemos en el camino y la adolescencia se vuelve en una inmejorable etapa de la vida para lograrlo.
Aun cuando la psicoterapia debe ser una disciplina basada en evidencias, cuando juega un papel sanador, la psicoterapia y la espiritualidad confluyen. Se puede lograr la felicidad terrenal, y en paralelo ganarse el cielo y en el mejor de los casos lograr generaciones futuras más sanas, para causar mejores personas, mejores familias y un mundo más humano y responsable.
Ésta es justamente la mirada que orienta en parte el curso para padres e hijos adolescentes “Armando mi Adolescencia”.
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